jueves, 27 de agosto de 2009

EL MENSAJERO (Cuento)



La Parda salió de la casa, se sentó en un pequeño banco y encendió un cigarrillo, ya nada podía hacer, sólo esperar. ¿Quién no?, pensó.
Un pájaro negro revoloteaba a su alrededor. La miraba zoológicamente comprensivo. Ella lloraba en silencio. El emplumado volaba cada vez más bajo, circularmente, ciñendo a la parda con su aleteo.
Desde la casa de chapas se escuchaba un quejido constante. La mujer se tapó los oídos. No soportaba más. Estiro las manos al piso y tomó un cuchillo oxidado. Tocó su filo.
El pájaro, impotente, la miraba con algo de terror. Su pequeña cabeza pensaba. Quitarle el cuchillo era imposible. ¿Pedir auxilio? ¿Quién lo escucharía? El sólo sabía piar, pero nunca lo hizo demasiado bien. Tendría que haberse esmerado en el arte del canto, se reprocho.
La Parda colocó el cuchillo sobre una de sus muñecas. Desde el interior se escuchaba una voz débil, agonizante. La mujer media las posibilidades de un corte rápido y efectivo. Lloraba y las lagrimas le humedecían el rostro duro y lleno de surcos.
El renegrido estaba dispuesto a todo para salvarla. Sabía que una sola palabra la convencería. Recordó palabras que había escuchado en sus vuelos rasantes sobre la gente.
Ella miró hacia la casa y tomando valor gritó: ¡Basta!
El pájaro sabía que no había más tiempo. Bajó desesperado. Se colocó ante ella y con un esfuerzo terrible emitió el sonido que pensó la salvaría. La mujer lo miró fijamente, mientras del pico surgía algo parecido a la palabra “fe”.
La Parda tomó el cuchillo y con una destreza desconocida atravesó el corazón del renegrido. Se hizo la señal de la cruz y, aún llorando, lo tomó de las patas, se dirigió a la puerta del rancho y en voz baja dijo: “No llores más, hoy vamos a comer”.



SANTIAGO SERRANO
Abril de 1985
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