Con gran emoción traduje esta critica realizada por un gran director, dramaturgo y crítico teatral del Brasil. Siento que cada una de sus palabras calan hondo en mi texto y la maravillosa puesta en escena de Guilherme Reis.
“EL AMOR NUNCA MUERE”
Dinosaurios, montaje de Grupo Cena, de Brasilia, llevado al escenario principal de TJA este jueves nace de la convicción de sus creadores que el teatro puede ser una extraordinaria máquina de maravillas. Y para eso no es preciso más que un reflector, una acordeón e una botella de buen vino, mientras se tenga a mano una pareja de actores con pleno manejo de su técnica (Carmem Moretzsohn y Murilo Grossi), un director capaz de oír el silencio (Guilherme Reis) y una dramaturgia que hace danzar las palabras en el gran salón de las entrelineas (Santiago Serrano). De la labor sensible de los artistas y de los demás compañeros de viaje surge un poema escénico que encanta por la simplicidad y emociona por la generosa comprensión de las vicisitudes humanas.
El espectáculo narra el encuentro fortuito de un par de desvalidos, hombre y mujer comunes, en un banco de plaza en la madrugada. ¿Qué otra cosa harán, dirán, o revelarán de si el uno para el otro, sino el lamentable espectáculo de sus miserias?
Como los dinosaurios, animales inaptos y desproporcionados, vagan en búsqueda de una lógica sus desengaños. Son representantes fallidos de un mundo extinto. Están fuera de lugar, perdidos en un desierto donde las relaciones sensibles cedieron lugar al pragmatismo de los resultados, la sinceridad pasó a ser índice de tontería, y el otro dejó de ser fin para tornarse medio.
Con todo, a pesar de cargar en la cabeza con la negra marca del fracaso, mantienen la improbable certeza de que todo puede mejorar, al final, como “el amor nunca muere” la felicidad puede estar vagando bajo la débil luz de un poste perdido en el medio de la noche oscura. He aquí el misterio revelado: es preciso celebrar la vida! Recordar las cosas buenas del pasado, descubrir en el otro la diferencia, comulgar la extrañeza del acto impensado, la pureza del gesto espontáneo, el coraje de reconocer que la vida podría haber sido otra, pero no fue. Y reír, e danzar, y saltar brincar como niños en un sueño, antes que el día amanezca como un perro rabioso, colmillos al aire, a gruñir la mezquina exigencia de estar de acuerdo.
Dinosaurios nos hace tener la certeza que mientras haya teatro, lo que todavía tenemos de humano no será extinto.
Por Márcio Marciano
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