sábado, 5 de abril de 2014

Mis impresiones sobre mi trabajo en la Universidad de Stendhal



Universidad Stendhal – Grenoble, Francia.
Abril de 2013

Un anfiteatro en un campus universitario. En él, un grupo de estudiantes de lengua española, intenta representar un espectáculo basado en obras de autores rioplatenses. Entre ellas, mis obras Entre Nos y Fronteras.
Dura tarea es interpretar un personaje, aún más en otra lengua. Todo se vuelve resbaladizo. Si es difícil apropiarse de las palabras conocidas, ¿cómo hacer con las extrañas? ¿Cómo bucear en ellas para teñirlas de sentido y sentimiento?
Fui invitado por la Universidad Stendhal a dar una ponencia en un Coloquio de Teatro Rioplatense y eso me lleno de orgullo, pero también se me convocó para acompañar en la fase final de sus ensayos a estos héroes franceses en su batalla actoral y lingüística. Gusto las tareas “suicidas”, por eso me lancé con todas mis ganas.
El primer encuentro fue especial. Cuando me presenté, en un escenario en penumbras, pude ver el efecto que les producía. Fue lo mismo que para un grupo de estudiantes de paleontología que un dinosaurio ingresase en su aula. No lo dijeron, pero me parecía escuchar, “Un autor vivo. Existen, más allá del papel” Mis textos y lo de los otros autores se volvían carne y algo vital para ellos. Debían encarnar los personajes ante mi presencia. Alguien había cruzado el Atlántico para escucharlos, pero ante todo para ayudar en el proceso de apropiarse del sentido de los textos que tenían que enunciar.
Cristina Breuil, quien viene haciendo una tarea titánica desde hace años, y Karen Cervera habían realizado un gran trabajo, como directoras y profesoras del proyecto, pero la presencia de un autor rioplatense, in situ, daba una impronta muy fuerte a esa etapa final.
Luchamos con y contra las palabras. Mi ignorancia de la lengua francesa me obligaba a buscar todas las maneras para transmitirles sentidos y emociones. Mi cuerpo hablaba, muchas veces, lo que mi lenguaje oral no podía expresar. Así es el teatro, ese mestizaje mágico de texto y cuerpo. Hubo desconcierto, incomodidad, solidaridad, risas, emociones y, sobretodo, un inmenso deseo de enfrentar lo desconocido. Tres días, donde dejamos de ser desconocidos para integrarnos como un grupo de trabajo.
La función fue maravillosa. Todos pasaron por su primera experiencia. Perdieron la virginidad teatral y salieron airosos. Pero lo más importante es que quedaron con ganas de más. Ese más, que quien sube al escenario conoce muy bien. En ese instante no había universidad, como espacio académico, era todo teatro.

Aprendí mucho de cada uno de esos estudiantes heroicos. En el aplauso final, fui uno más de ellos. Renovaron en mí el desafío que implica hacer teatro.   

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