domingo, 22 de julio de 2012

YOCASTA- Crítica en Guatemala

Trágica Yocasta, drama clásico griego.

Desde el estado de Sonora, México, fronterizo con EE. UU. —territorio de 184 mil kilómetros cuadrados y una población de 2.5 millones, con capital Hermosillo— vino el elenco teatral de la Universidad estatal, dirigido por el guatemalteco Jorge Rojas, para presentar Yocasta —versión de la tragedia griega Edipo Rey, de Sófocles (430 a. C.)—, escrita por el dramaturgo argentino Santiago Serrano (1988).

POR ARMANDO BENDAÑA


Drama perfecto

Aristóteles define en su Poética las cuatro características esenciales de una tragedia griega: personajes eminentes y de alta posición social, lenguaje solemne, terminar la historia en locura o muerte y que tenga una extensión que sea retenible por la memoria.

Sófocles escribe Edipo Rey basado en relatos de la mitología griega.

El destino
Layo, rey de Tebas, está casado con la joven Yocasta.
La luz de la luna entra por una ventana. Se ve la silueta de los esposos. Ella tiene la cabellera larga; él se la cepilla amorosamente.

—Hoy vi la luna asomarse por entre las colinas, dice Yocasta.

—Seguro el sol la opacará al llegar el alba. Eso es lo que un hombre hace con su mujer. La opaca bajo las sábanas. Le llena el cuerpo de hijos.

Un oráculo —Ciego— le ha predicho a Layo que un hijo suyo lo matará. Layo no quiere tener hijos.

Yocasta: “Una mujer sin hijos no es nada. Aquí—tocándose el vientre— hay un hueco oscuro.”.

Layo: ¿Y yo?

Yocasta: “Tú estás para llenarlo con semillas, quiero sentir crecer el sol desde mi vientre”.

Con arte de mujer Yocasta lo seduce. Queda preñada. Cuando el niño nace, Layo lo manda a abandonar al bosque para que sea comida de las fieras. Usa en ello a Helena, dama de compañía de Yocasta. La reina, al notar la desaparición de su hijo, se hunde en un mundo de inconsolable amargura y perenne rencor. Velos negros, ojos rojos.

El azar

Al niño lo encontró Polibo, rey de Corinto, quien le puso de nombre Edipo y lo crió como su hijo. Ya de muchacho, en una correría por el campo, este se encuentra con un grupo de extraños. Sucede un altercado, brillan las dagas. Edipo mata a Layo, sin saber quién es. El presagio se cumple. El destino es el destino.

Edipo va a Tebas, conoce a la reina Yocasta. Nace una instantánea, mutua y avasalladora atracción. Ella abandona las vestiduras negras que usaba por la muerte de su marido y se casa con Edipo. Tienen cuatro hijos. “Y creo que podría tener otros cuatro. Me siento fértil como la tierra. Él se me acerca y los hijos me brotan”.

Helena descubre que Edipo es el niño que fue a dejar al bosque años atrás. Arrepentida se lo cuenta a Yocasta, pidiendo su perdón. Se cierra el círculo. Aparece el espíritu de Layo. Con la ayuda de él, Yocasta se ahorca. Edipo, loco en su dolor, se ciega a sí mismo.

El ángulo

Serrano con esta obra cuenta la misma tragedia de Sófocles, pero la enfoca y la narra desde otro ángulo: el de Yocasta, quien es el personaje central, el que más sufre. Mujer de matices y contradicciones, de ternura y pasión, de amor sin límites, de interminable pena. “No quiero que vean mis ojos secos. Nadie comprendería que no es amor lo que me falta, sino que ya no me quedan lágrimas para llorar”, dice una de sus líneas.

Excelente presentación en la UP. A sala llena. Una hora de acción. En el escenario un cajón blanco a manera de cama y otro más pequeño que sirve de podio para elevar la presencia de los personajes. Lo demás es negro. Los de las luces se ganan su paga. Crean ambiente, resaltan acción, enfatizan sentimientos. Los artistas lucen túnicas griegas. La audaz dirección deja lucirse a los artistas cuya actuación, bastante uniforme, revive historia. Con voz segura y gesto apropiado conducen a la audiencia a las profundidades de la tragedia, introducen el concepto de un cosmos gobernado por el azar.

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